¿Sabías que la tecnología de espionaje actual viene desde la Guerra Fría?
Después de que finalizará la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) contemplaban su futura relación diplomática. Con este motivo, un la Organización de Jóvenes Pioneros de la Unión Soviética le obsequió a Averell Harriman, el embajador americano, una imagen esculpida a mano con el gran sello de los Estados Unidos., la cual más tarde se lo conocería simplemente como La Cosa.
Nadie consideró en que La Cosa fuera un objeto espía, ya que este adorno de madera no tenía nada de sospechoso. El embajador Harriman la colocó en su estudio sin mayor reparo, y con ella ahí mantuvo conversaciones privadas durante siete años. Y jamás imaginó que el dispositivo había sido construido para espiarlo y fue creado por uno de los inventores más especiales del siglo XX.
El inventor ruso, Leon Theremin, estuvo viviendo en el país americano con su esposa, Lavinia Williams, antes de volver a la Unión Soviética en el año de 1938. Su esposa declaró que fue secuestrado y que lo tuvieron cautivo donde se vio forzado a crear La Cosa.
Los operadores de radio de Estados Unidos se cruzaron con las conversaciones del embajador Harriman pero nunca pudieron detectar de donde provenían. Revisaron la oficina de la embajada en busca de micrófonos espías pero les llevó tiempo descubrir que las ondas venían de la Cosa.
El micrófono de espionaje que fue insertado en La Cosa, era un artefacto sencillo: sólo una antena unida a un hueco con un diafragma color plata por encima. No utilizaba baterías ni otra fuente de energía, porque La Cosa no funcionaba con eso.
Se activaba por medio de frecuencias de radio dirigidas hacia la embajada estadunidense por los rusos. Utilizaba la fuerza de la señal entrante para transmitir. Cuando esta señal se disipaba, La Cosa se callaba.
La Cosa podría parecer una rareza tecnológica. Pero tan sólo la concepción de un aparato que trabaja con ondas de radio entrantes y que envía información en respuesta, es más que eso.
Actualmente las etiquetas con RFID (identificación por radiofrecuencia, por sus siglas en inglés), están presentes en la sociedad moderna.
Los pasaportes llevan una. También las tarjetas de crédito, lo que nos permite pagar pequeños productos simplemente colocando la tarjeta en un lector RFID.
Habrás visto libros en bibliotecas que contienen estas etiquetas, al igual que las aerolíneas utilizan RFID para rastrear equipaje; y los comercios detallistas lo utilizan para evitar el robo de mercancía.
Ciertas etiquetas poseen una fuente de energía, pero la mayoría, como en La Cosa, funcionan con una señal entrante. Esto las hace baratas, y una ventaja comercial.
En los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, los aviones de los países aliados utilizaban una variante de la tecnología RFID que consistía en un radar que iluminaba los aviones, junto con un transpondedor, el cual reaccionaba a dicho radar irradiando una señal en respuesta que significaba "estamos de tu lado, no dispares".
Cuando los circuitos de silicio se hicieron más pequeños, fue posible crear una etiqueta que pudiera añadirse a algo más pequeño que un avión.
Las etiquetas RFID podían utilizarse para identificar más rápido un objeto, así como los Códigos de barras. Sin embargo, las etiquetas RFID podían escanearse automáticamente, sin la necesidad de una línea de visión. Algunas etiquetas se pueden leer a distancia y algunas también pueden escanearse, aunque de manera imperfecta, en lotes. Además, algunas pueden reescribirse, leerse o deshabilitarse de forma remota.
La tecnología RFID puede almacenar más datos que un simple código de barras, puede ser utilizado para vigilar los vagones ferroviarios y al ganado lechero, como en los años 70. A principios de los 2000, importantes organizaciones como los autoservicios Tesco y Walmart y el Departamento de Defensa de Estados Unidos, comenzaron a demandar a sus proveedores las etiquetas en sus lotes de abastecimientos. El objetivo final era colocar una etiqueta RFID en todo.
Hubo quien hasta incluso implantó etiquetas RFID en su cuerpo, lo que permitió abrir puertas o viajar en el metro con solo un movimiento de su mano.
Kevin Ashton, de Procter & Gamble, enunció en 1999 una frase muy adecuada sobre el auge de la RFID, dijo, que ésta podría conducir al "Internet de las Cosas" (IoT, por sus siglas en inglés).
Cuando el fervor por los dispositivos inteligentes llegó en 2007, la emoción por la tecnología RFID se esfumó. Estos dispositivos son innovadores y poseen un gran poder de procesamiento, sin embargo, también tienen altos costos y necesitan una importante fuente de energía.
Hoy, al hablar del IoT, usualmente no nos referimos a la RFID sino a estos dispositivos inteligentes, donde tus electrodomésticos se conectan entre sí.
Tal vez ya no nos asombre, que estemos en la era de lo que la socióloga Shoshana Zuboff llama "el capitalismo de vigilancia", donde la transgresión a la privacidad se ha convertido en un modelo comercial habitual. Ante todo este bullicio e inquietud, la RFID continúa trabajando sigilosamente. Y su apogeo está por llegar.
Las declaraciones de Ashton sobre la RFID y el IoT eran simples: las computadoras dependen de los datos para dar sentido al mundo físico y poder rastrear, organizar y optimizar. Los personas tenemos mejores cosas que hacer que escribir y procesar toda esa información, por lo que es necesario crear objetos que proporcionen en automático esta información a las computadoras, haciendo que el mundo físico sea claro en términos digitales.
Muchas personas ahora utilizan dispositivos inteligentes, a los cuales con la RFID se les puede dar un seguimiento. Incluso, si las etiquetas sólo le informan al lector RFID "aquí y ahora, este soy yo", es suficiente para que los ordenadores tengan sentido de nuestro mundo físico.
Las etiquetas pueden desbloquear puertas, realizar un seguimiento de herramientas, componentes e incluso de medicamentos, automatizar procesos de producción y hacer pequeños pagos rápidamente.
Una etiqueta con RFID tal vez no tenga el poder y la flexibilidad de un reloj inteligente o de un automóvil que se puede conducir por sí solo, pero es una tecnología económica y pequeña como para el etiquetado de cientos de miles de millones de productos.
Lo mejor es que para utilizarlas no se necesitan baterías. Quien piense que esto no es importante, sólo debería tener en cuenta el legado de Leon Theremin.
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